viernes, 31 de octubre de 2008

El misterio de la Araña

No puedo vivir con el conocimiento dentro de mi cabeza, ¿lo sabes verdad?, por eso estoy aceptando tu pedido de que te cuente por lo que he pasado, lo haré, si tan solo para que puedas entender el por qué te pido tantos favores.

¿Recuerdas que tan ansioso estaba de empezar a enseñar en aquel lugar?, ¿Cómo decía que por fin podría retribuirle algo a la sociedad?, Tengo que admitir que la capacidad de moldear mentes fácilmente me atraía mucho en ese momento, tal vez esa fue la verdadera razón por la cual acepte dictar allí, y lo que les decía a ustedes era solo una mentira, algo para calmar mi corazón y espíritu.

Espíritu, aún esa palabra me da escalofrías, veo en tus ojos la curiosidad, eres joven, no como yo, desgastado y en mis ultimas horas de vida.

Veo que intentas decir algo, pero por favor, no digas nada, se que a tus ojos aún soy joven, 35 años no es estar viejo tampoco, pero mentalmente creo que estoy más destruido que todos los pacientes de un hospital psiquiátrico juntos.

Cuando me enteré de cómo era todo no supe como reaccionar, me mudé constantemente, la razón por la cual mi familia no sabía si estaba vivo o muerto, y solía refugiarme en lugares cerrados y llenos de gente, porque no quería sentirme solo.

¿Demasiado rápido? Debo empezar desde el principio, si no te molesta pondré mi cabeza en la almohada, como te decía, cuando empecé a enseñar todo iba normal, había muchos López, Raúl o José, tu sabes, como en cualquier lado.

La escuela era muy pequeña, tan solo tenía cinco salones en donde solo había una pizarra y los asientos eran compuestos de ladrillos; aquellos chicos tenían que escribir apoyándose en sus piernas; recuerdo aún que me preguntaban como era capaz de enseñar en un lugar como ese y que yo contestaba que; pesé a que no me pagaran; me gustaba ayudar a la población.

La calle en la que se encontraba la escuela también era digna de mención, encontrada en un barrio pobre de la ciudad los alrededores demostraban un descuido total, ventanas rotas y pintura descolorida era habitual lo que me sorprendía era la inusual falta de graffitis por allí, y los dos únicos árboles que eran consideradas “áreas verdes”, pese a que ambos estaban viejos y sin hojas, muertos como la mayor parte de sus alrededores.

Era un día como cualquiera cuando noté a Matías Beltrán; no sé por qué hasta ese momento me había pasado desapercibido, tal vez tenía algo que ver con el hecho que siempre se alejaba de todos, no salía con el resto de chicos a jugar, solo se quedaba en el salón, en la esquina más alejada y oscura debo añadir, leyendo el mismo libro; intenté hacerlo participar en clase, pero solo se encogía de hombros y volvía sus ojos a su carpeta, moviéndolos de un lado a otro, como si aún siguiera leyendo su libro; pesé a que yo ya me había asegurado que lo tuviera guardado en su mochila, que en realidad era una bolsa con millones de parches para cubrir los huecos.

No sé por qué pero desarrolle una pequeña obsesión con Beltrán, no me mires asqueado no desarrollé ese tipo de obsesión; simplemente me sentía curioso sobre el chico; algo que ver con su aspecto constantemente desaliñado, sus ojos negros como brea, y aquel creciente olor a animal que despedía, supuse que no tenía facilidad a bañarse todos los días: no era digno de mención, muchos de mis alumnos no tenían ni focos en sus hogares.

Durante los siguientes días intenté hacer que el chico se soltará, siempre sin existo, pesé a que sutilmente advertía que aquellos que no participaran en las actividades serían calificados con la mínima nota, el niño no se movía, solo se encogía de hombros, como quién sabía que todo era inútil, su mirada solo transmitía una idea: "¿crees que me importa?"

Por ello es qué le pedí que se quedara en el aula un día después de clase, quería saber en que tanto pensaba, y que era ese raro libro con el que siempre andaba.

Sabes que me gusta ser puntual, así que siempre llegaba 30 minutos antes de empezar clases y descansaba mis ojos mientras llegaban mis alumnos, pues ese día había llegado a clases a la hora exacta pesé a levantarme más temprano de lo usual, a la hora de descanso sin darme cuenta me quedé dormido tan profundamente que no me di cuenta que el recreo había finalizado y el salón me miraba divertido mientras roncaba, solo desperté cuando Matías tocó mi cabellera con su mano, jugando con mis cabellos como una madre le haría a un hijo, por alguna razón me desperté de golpe, sudando considerablemente.

Mientras el resto del alumnado salía por la única puerta que había, en realidad era más como un hueco tapado con un pedazo de lo que en algún momento habría venido a ser la caja de un refrigerador, podía sentir la mirada penetrante del chico, me sentí nauseabundo y mareado, pero dispuesto a tener la charla me senté delante suyo, su expresión carente de toda emoción, lo único que transmitía era una frialdad científica casi antinatural, se desvaneció, lo único que quedaba era el cascaron de lo que venía a ser Matías Beltrán.

Tragué saliva y empecé a hablar, no podía dejar de pensar que me sentía si estuviera intentando conversar con una figura de cera; algo tan carente de vida y emoción que parecía no estar vivo, solo cuando mencioné que quería ir a su casa sus ojos volvieron a tornarse negros, regresando del color casi gris de momentos atrás.

-Si quiere venir a la casa deberíamos salir ahora- contestó con un tono tan de autómata que dudé por un momento que solo me encontrara hablando con un niño, caminó hacía su bicicleta y emprendió el camino, sin voltear ni una sola vez para saber si lo seguía o no.

Lo perseguí en mi antiguo automóvil, Matías manejaba su vehiculo con gran destreza, se metía cada vez más entre las casas abandonadas, aquellas que no tenían siquiera puertas, ya estaba atardeciendo cuando llegamos a su hogar, el chico se paró delante de una pequeña casa con las ventanas rotas y que parecía, por lo menos desde fuera, que no tenía ninguna condición para albergar una familia, lanzando su bicicleta a un lado nos adentramos en el lugar y como había sospechado el techo no tenía focos, y el sitio parecía deshabitado hace mucho tiempo, el único mueble que pude notar era un viejo colchón que parecía haber sido orinado y vomitado encima, y lo que aún recuerdo es el olor, el mismo olor a animal que el chico parecía llevar a todas partes, aquel que en esos momentos era tan potente que me veía obligado a respirar por la boca, y aún de esta forma me sentía asqueado; pero por alguna razón que no pude explicar, con miedo.

-.Padre y madre no se encuentran, debe irse- volvió a contestar como autómata mi pupilo, lo observe unos segundos, pero nada en su actitud podía reflejar que estuviera mintiendo así que decidí hacerle caso, guiándome yo mismo a la salida.

Estaba abriendo la puerta del auto cuando lo noté, el libro, ¡aquél maldito libro que el chico leía con tanto afán!, allí; tirado, incitándome a cogerlo y ojear su contenido.
Caminé rápidamente y lo tomé en mis brazos y sin darme vuelta atrás me metí al automóvil y huí hacía mi casa, sintiéndome observado todo el tiempo.

¿Recuerdas que en ese tiempo compartía departamento con Carlos? Sé que nunca te agradó, el era fuertemente agnóstico y tú siempre tan católico no podías ni verlo en pintura, el hecho es que al llegar a casa me sentí tan cansado que me dormí en el sofá y cuando me desperté a la mañana siguiente encontré el libro tirado sobre la mesa de estar, Carlos se movía de un lado para otro, me dijo que por fín había encontrado uno, que no creía que el ser los necesitara pero que parecía que así era; ¿recuerdas que siempre hablaba de un ser al que nunca describía?, me mostró los contenidos del libro, no había absolutamente ninguna palabra allí, solo varios recortes de ojos de personas, pintados con tinta roja para cubrir el iris.

-No es tinta, es sangre- me corrigió Carlos como adivinando mis pensamientos, dijo que necesitaba prepararse pero que pasaría al final de clases a recogerme, que por mientras actuara con naturalidad.

Me retiré de casa y volví a la escuela, el día transcurrió normal, con la excepción que Matías no dejaba de verme pero de forma diferente, con una emoción; la única que vi en su rostro; odio, como si le hubiera quitado algo valioso, algo tan sagrado que mi castigo debería ser horrible e inimaginable.

Al finalizar el día y al haberse retirado todos me deje caer en el suelo, me sentía exhausto y enfermo, entonces noté el olor que ahora conectaba irremediablemente con mi alumno, abrí mis ojos y lo encontré frente a mí.

-Quiero mi libro de vuelta, sé que lo tiene- sus nudillos estaban blancos, enseñaba los dientes y sus cejas estaban arqueadas, se acercó dos pasos agachando la cabeza, dándole un aspecto abominable y aterrador.

-Aquí esta tu libro- Carlos dijo, no sabía en que momento había llegado, yo estaba demasiado ensimismado en el miedo que aquel chiquillo me había desatado, este volvió su atención a mi amigo y caminó tranquilamente hacía él cuando de repente Carlos lo golpeó con una tabla de madera que había tenido oculta en todo momento.

No sé de donde saqué fuerzas para levantarme y correr hacía el niño, pero mi amigo me golpeó también en el pecho, al caer me arrastró jalándome por el cuello de mi camisa, juntando la “puerta” del salón procedió a prenderle fuego al lugar.

Como pude me paré e intenté salvar al pobre chico que estaba atrapado dentro, pero Carlos se situó detrás mió y agarrándome de los brazos me guió a un hueco que dejaba ver lo que sucedía dentro a pesar de las llamas cada vez más crecientes.

Matías corría de una pared a otra buscando una salida cual animal enjaulado, y cuando las lenguas de fuego crecieron a tal grado que podían tocarlo llevó sus manos al pecho, cayendo al suelo, lo que sucedió a continuación jamás podré olvidarlo.

De la espalda del chico salieron unas enormes patas blancas, como las de una araña gigantes, pero estas tenían unas uñas negras, inmediatamente después salieron otras dos iguales, para luego; destruyendo totalmente el torso del muchacho; saliera una criatura terrible, con alas y millones de ojos que se esparcían por todo lo que se podría llamar cuerpo, una lengua babosa escurriendo del centro de su tórax, poseía muchos detalles que no puedo describir, el pavor que sentí fue suficiente para que mi mente se pusiera en blanco.

Mientras el cuerpo del chico caía muerto, aquella abominable criatura buscaba una salida, solo para ser consumida por las llamas, muriendo mientras emitía un terrible chillido.

Carlos tuvo que arrastrarme al auto para poder huir de aquél terrible lugar donde mis pesadillas empezaron.

Desde ese día perdí contacto con Carlos, creo saber por qué; pero no quiero saber la verdad, me aterrá siquiera imaginarla.

Las pesadillas continuaron, durante meses. Decidí ir a un psiquiatra para que me ayudara a liberarme de los recuerdos, para que me ayudara a volver a ser el mismo. El doctor me atendió durante meses, hasta que día me alcanzó un papel; explicandomé que quería que vaya a un doctor para hacer una serie de pruebas. Y fuí.

Creo que ya sabes como acaba esta historia, ¿no?, entonces me quedaré callado, apúrate, jala el gatillo de la pistola apuntada a mi cabeza, mátame junto con el monstruo que se escondió en mi cerebro.

1 comentario:

Godiva dijo...

Las entradas dejan una clara idea de lo que sos y cómo sos.
Muchas gracias por pasarte por mi blog.
Un beso muy grande.
Godiva